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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Envejecimiento saludable El envejecimiento y la actividad física en la vida diaria

El papel de la actividad física en el envejecimiento activo 

1. EL ENVEJECIMIENTO

El envejecimiento es parte integrante y natural de la vida. La forma en que envejecemos y vivimos este proceso, nuestra salud y capacidad funcional, dependen no sólo de nuestra estructura genética, sino también (y de manera importante) de lo que hemos hecho durante nuestra vida; del tipo de cosas con las que nos hemos encontrado a lo largo de ella; de cómo y dónde hemos vivido nuestra vida. La duración de la vida se define como la capacidad de supervivencia máxima de una especie en particular. En los seres humanos, se 
cree que la duración de la vida es de entre 110 y 115 años (Matteson 1988). La esperanza de vida, a su vez, se define como la media de años que se vive, en la práctica, desde el nacimiento o desde una edad concreta. 

A pesar de los avances más recientes, la mayoría de los mecanismos biológicos básicos implicados en el proceso del envejecimiento siguen sin conocerse. Lo que sí sabemos es que:

1)    el envejecimiento es común a todos los miembros de cualquier especie; 
2)    el envejecimiento es progresivo; y 
3)    el envejecimiento incluye mecanismos perjudiciales que afectan a nuestra capacidad  para llevar a cabo varias funciones. 

El envejecimiento es un fenómeno muy complejo y variable. No sólo los organismos de la misma especie envejecen a distintos ritmos, sino que el ritmo de envejecimiento varía dentro del organismo mismo de cualquier especie. La razones de que esto sea así no se conocen en su totalidad. Algunos teóricos dicen que el individuo nace con una cierta cantidad de vitalidad (la capacidad para mantener la vida) que disminuye continuamente a medida que avanza la edad. Los factores del entorno también influyen sobre la duración de 
la vida y el momento de la muerte (Dychtwald 1986). 

Con el proceso de envejecimiento, la mayor parte de los órganos sufre un deterioro de su capacidad funcional y de su habilidad para mantener la homeostasis. El envejecimiento es un proceso lento pero dinámico que depende de muchas influencias internas y externas, incluídas la programación genética y los entornos físicos y sociales (Matteson 1988). El envejecimiento es un proceso que dura toda la vida. Es multidimensional y multidireccional, en el sentido de que hay diferencias en el ritmo y dirección del cambio 
(ganancias y pérdidas) de las distintas características de cada individuo y entre individuos. 

Cada etapa de la vida es importante. Por consiguiente, el envejecimiento debe contemplarse desde una perspectiva que abarque todo el curso de la vida. 

2. EL ENVEJECIMIENTO Y LA SALUD FUNCIONAL 

Con el continuo crecimiento de las poblaciones de la tercera edad en las sociedades modernas, la búsqueda de formas de conservar y mejorar las habilidades funcionales de las personas al envejecer, ayudarles a manejarse independientemente en la comunidad y, fundamentalmente, mejorar la calidad de sus vidas, se ha convertido en un asunto cada vez más urgente. La incidencia de muchas enfermedades y discapacidades crónicas aumenta con la edad. En Jyväskylä, Finlandia, únicamente en torno a un 10% de las personas mayores de 74 años no tiene ninguna enfermedad diagnosticada clínicamente (Laukkanen y otros 1997). No obstante, la gente se adapta: casi la mitad de estas personas mayores describieron su salud como buena. Generalmente, las personas valoran su estado de salud comparándolo con el de otras personas de su misma edad y condición; así, la valoración de cada persona sobre su propia salud podría describirse como “adaptada a la edad”. La esperanza de vida sin discapacidad varía entre los distintos países y culturas. La salud de las personas de edad avanzada no debería, y no puede, examinarse simplemente desde el punto de vista de la frecuencia de enfermedades o de la ausencia de las mismas. Incluso cuando sí tienen enfermedades, muchas personas mayores se sienten perfectamente sanas porque dichas enfermedades no tienen graves efectos negativos sobre sus vidas diarias. 

Los trabajos de investigación sobre el envejecimiento se han centrado tradicionalmente en la salud, pero en los últimos tiempos el concepto de capacidad funcional está llamando cada vez más la atención. Aunque hace mucho que se valora la trascendencia de la funcionalidad sobre la salud y la enfermedad, no fue hasta los años 50 que se reconoció su importancia, a medida que aumentaba la cantidad de personas mayores y discapacitadas y que crecía la incidencia de enfermedades crónicas (Katz y Stround 1989). La importancia 
de la funcionalidad la ratificó la Comisión estadounidense sobre Enfermedades Crónicas y la Organización Mundial de la Salud, que fomentó el desarrollo de una base científica para medir el estado funcional. Posteriores investigaciones y programas teóricos examinaron partes claves de la salud funcional: las actividades de la vida diaria (activities of daily living o ADL), las actividades instrumentales de la vida diaria (instrumental activities of daily living o IADL) y las variables psicológicas y sociales. La capacidad funcional de las personas mayores es crucial con respecto a la forma en que pueden llevar a cabo y soportar las actividades de la vida diaria, que a su vez afecta a su calidad de vida. 

El estado funcional puede definirse como la capacidad de una persona para llevar a cabo las actividades necesarias para lograr el bienestar. A menudo se conceptualiza como la integración de tres campos de la funcionalidad: el biológico, el psicológico (cognitivo y afectivo), y el social. Así, la valoración funcional se deriva de un modelo que observa la forma en que la relación entre estos tres campos contribuye al comportamiento y a la funcionalidad generales. En las personas mayores, las respuestas adaptivas a las situaciones de estrés en cada uno de estos campos adquieren cada vez más importancia. Aunque los procesos de desarrollo y envejecimiento pueden dar lugar a grandes diferencias, las mediciones de la salud física pretenden determinar los niveles totales de salud y estado físico. Los indicadores de salud física utilizados generalmente incluyen los diagnósticos y afecciones existentes, los síntomas, las discapacidades, los tipos de drogas que se consumen, la gravedad de la enfermedad, y la cuantificación de los servicios médicos utilizados (por ejemplo, el número de días de hospitalización al año, o la cantidad de días al año en los que no se pudieron realizar las actividades normales de la vida diaria (Kane y Kane 1981, Kane 1984)). La valoración que realiza la persona de su propia salud y discapacidad puede también incluirse en dichas mediciones. Las escalas de estado funcional estudian las actividades de la vida diaria (lavarse, vestirse, comer, trasladarse, caminar, y la continencia) y las actividades instrumentales de la vida diaria (tareas domésticas, hacer la compra, tomar medicinas, utilizar transportes, usar el teléfono, cocinar, y usar y administrar el dinero) que generalmente son necesarias para la vida independiente.

La competencia funcional también se ha definido como el grado de facilidad con el que una persona piensa, siente, actúa, o se comporta, congruentemente con su entorno y su gasto de energía. Asimismo, la salud funcional se ha relacionado con el nivel al que una persona se mantiene a sí misma, la calidad con que desempeña los papeles que le corresponden en la sociedad, el estado intelectual, el estado emocional, la actividad social, y la actitud respecto del mundo y de uno mismo.

La salud y la capacidad funcional son de vital importancia para la calidad de la vida social de las personas: el nivel de capacidad funcional determina la medida en que pueden manejarse con autonomía dentro de la comunidad, participar en distintos eventos, visitar a otras personas, utilizar los servicios y facilidades que les ofrecen las organizaciones y la sociedad, y en general, enriquecer sus propias vidas y las de las personas más próximas a ellos. 

Los grupos de población de un mismo país a menudo permanecen divididos por grandes diferencias en cuanto a morbilidad, mortalidad y capacidad funcional. Los datos de las investigaciones demuestran que la duración de los estudios es uno de los factores principales que determinan las disparidades en materia de salud entre grupos de población. 

La educación, a su vez, está estrechamente vinculada con los ingresos, el estilo de vida, el trabajo, las condiciones de trabajo, las condiciones en que se vive, y con las oportunidades en general. Un determinante principal de las oportunidades de vida de las personas es su situación económica. 

3. SALUD FUNCIONAL EN LA VIDA DIARIA 

3.1. Enfrentarse al día a día

La valoración de la capacidad funcional a menudo incluye una evaluación de la capacidad de una persona para llevar a cabo varias actividades de la vida diaria. Las escalas de ADL que se han desarrollado a lo largo de las últimas décadas tienen ahora un contenido y formato más o menos estandarizado, consistente en asuntos relacionados con las Actividades Físicas de la Vida Diaria (ADL), y las Actividades Instrumentales de la Vida Diaria (IADL).  Las primeras estudian varias actividades relacionadas con el cuidado personal como alimentarse, vestirse, la higiene personal y moverse tanto dentro como fuera de la casa (Katz y otros 1983, Kane y Kane 1981, Wiener y otros 1990), mientras que las funciones IADL están relacionadas con el mantenimiento de la casa, hacer recados fuera de casa, utilizar transportes públicos, cocinar, etc. (Lawton y Brody 1969, Fillenbaum 1985, Laukkanen y otros 1994). Los datos procedentes de distintas investigaciones indican que casi todas las personas de 75-80 años que viven en sus casas pueden realizar todas las ADL. Es más frecuente que se den problemas con las tareas de IADL. Las diferencias “culturales” a la hora de enfrentarse con las actividades diarias se reflejan claramente en las diferencias que se encuentran entre las capacidades de hombres y mujeres para llevar a cabo las tareas del día a día (Laukkanen y otros 1994). Rogers y Miller (1997) sugieren que podría ser posible limitar el número de cuestiones de las ADL a un índice con tres temas. Así, las actividades básicas serían caminar de un extremo al otro de una habitación, vestirse y bañarse. 

3.2. Sensaciones al enfrentarse con la vida diaria

Realizar las funciones de la vida diaria es una parte integral para medir la salud funcional. Uno de los indicadores más evidentes de deterioro de la salud funcional es la sensación de fatiga (Avlund 1996). Los investigadores han recalcado la importancia de tomarse en serio esta sensación y actuar en consecuencia. Las personas afectadas deberían hablar con el personal de asistencia sanitaria sobre la fatiga, especialmente si persiste sin explicación, pues puede ser la señal de que hay una enfermedad o puede suponer el comienzo del deterioro de la salud funcional. 

3.3. Consecuencias sociales de conservar la capacidad funcional 

Todas las comunidades de seres humanos comprenden, por definición, distintos tipos de relaciones que unen a las personas entre sí tanto en una misma generación como entre diferentes generaciones. 

La autonomía se cita frecuentemente como un estado que ayuda a mejorar la calidad de vida. El debate sobre la autonomía ha tendido a dar importancia a la independencia, a la capacidad de manejarse por uno mismo, a que las personas tengan control sobre sus propias vidas (Heikkinen 1997). Aunque la dependencia es una posibilidad en cualquier momento de la vida (y puede ser a corto o largo plazo, parcial o total), todo converge en la conservación o mejora de la capacidad funcional, en que la persona contribuya materialmente a mejorar su propia calidad de vida. La independencia es importante para todo el mundo pero también lo es, dadas las estructuras societales humanas, la interdependencia. Para el “envejecimiento saludable”, quizás el mejor objetivo que se puede fijar es el de cuidar de uno mismo y de los demás. Parte importante de esto es 
salvaguardar la capacidad funcional y la salud (Heikkinen 1997). 

4. LA ACTIVIDAD FÍSICA Y SUS BENEFICIOS PARA LAS PERSONAS AL  ENVEJECER

Una declaración de consenso internacional respecto de la actividad física, la forma física y la salud (Bouchard y otros 1994) identifica seis áreas afectadas por el esfuerzo fisiológico: 

la forma del cuerpo, la fuerza de los huesos, la fuerza muscular, la flexibilidad del esqueleto, la forma física del motor y la forma física del metabolismo. Otras áreas que se benefician de la actividad física son la función cognitiva, la salud mental y la adaptación a la sociedad. El ejercicio se ha definido como una actividad regular que sigue un patrón específico y cuyo fin es el de lograr resultados deseables en cuanto al estado de forma, como un mejor nivel de salud general o de funcionamiento físico (Bouchard y Shephard 
1994). Fontane (1990) describe la actividad física como un continuo del comportamiento físico: 1) actividades de la vida diaria; 2) actividades instrumentales de la vida diaria; 3) actividad y ejercicio en general; 4) ejercicio para lograr una buena forma física; y 5) entrenamiento físico. Aquéllos que empiezan a realizar ejercicio físico a edades tempranas tienden a seguir haciéndolo más adelante. Así, lo que una persona hace con su tiempo de ocio parece dar forma al ocio en sí y al  desarrollo de éste (Mobily 1987, Mobily y otros 1991, Mobily y otros 1993). En 1995, un grupo de expertos de la OMS subrayó los efectos 
positivos del ejercicio físico sobre la salud al decir que la inactividad física es un desperdicio innecesario de recursos humanos. El grupo de expertos señaló que se sabe que un estilo de vida pasivo, básicamente sedentario, es un importante factor de riesgo de tener una mala salud y una capacidad funcional reducida. 

A medida que aumenta la edad, la reducción de la actividad física y el creciente número de enfermedades crónicas que surgen frecuentemente en consecuencia, crean a menudo un círculo vicioso: las enfermedades y las discapacidades consiguientes reducen el nivel de actividad física, que a su vez tiene efectos adversos sobre la capacidad funcional y agrava las discapacidades producidas por las enfermedades. Un mayor grado de actividad física puede ayudar a prevenir muchos de los efectos negativos que tiene el envejecimiento sobre la capacidad funcional y la salud. La actividad física es, además, la mejor manera de romper el círculo vicioso y tomar el camino de una mejoría progresiva. Esto, por último, ayuda a las personas mayores y aumenta su grado de independencia. 

Los beneficios que podrían obtenerse de un ejercicio físico razonable tienen considerablemente mayor importancia que los potenciales efectos adversos. Estos beneficios incluyen una mejoría de la capacidad funcional, de la salud y de la calidad de vida, con la correspondiente disminución de los gastos en asistencia sanitaria, tanto para la persona misma como para la sociedad en su conjunto. La actividad física no supone 
inconveniente inmediato alguno, aunque un ejercicio excesivamente intenso puede causar lesiones o enfermedades (o ambas) y los costes subsiguientes. Este tipo de análisis basado en el beneficio ahorrativo proporciona una base útil para evaluar campañas que fomenten la actividad física como camino para obtener una mejor salud. 

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